Por Óscar García
Estoy sentado frente al televisor con un imaginario y poderoso baúl, cofre, caja fuerte, como le quieran denominar, cuyo único objetivo es guardar los re- cuerdos positivos que utilizaré cuando mi emocionalidad precise construir emociones que transformen mi estado
de ánimo. Pocos son los eventos que pueden gene- rar tantos depósitos emocionales positivos como el movimiento olímpico.
Este es el primer recuerdo: han pasado apenas 15 días de la clausura de Tokio 2020 en el 2021, tuvimos que esperar un año para que los japoneses, acostumbrados a mejorar hasta aquello que pare- ce inmejorable, reinventaran su propio dolor para hacerlo inspiración y transformarlo en acciones que construyen una mejor sociedad, siempre desde una
cultura repleta de valores y comportamientos admira- dos por el mundo.
En la evolución olímpica, la ceremonia inaugural y de clausura se han convertido en la mejor oportuni- dad de mostrar al mundo de lo que es capaz el país organizador. Pasaron de ser simples eventos llenos de color y alegría por los bailes y tradiciones, a mega producciones repletas de tecnología, perfomances estilo Hollywood para asombrar y despertar el interés por visitar a posteriori al país anfitrión.
Por ello, la apuesta de Japón para sus ceremonias era un despliegue tecnológico con los personajes más famosos de los videos juegos, derroche de piro- tecnia de vanguardia, un impactante evento donde la inteligencia artificial hiciera tangible su presencia en este acelerado mundo digital.
A muchos se nos olvidó que la idiosincrasia japo- nesa está muy enfocada al respeto y servicio a las demás personas, su cultura busca de forma intencio- nada ser atentos y serviciales. Esta costumbre ubica a las empresas de servicio japonesas a niveles muy altos en los rankings internaciones.
También, quizás muchos desconocen que lo más admirado a nivel mundial de estos anfitriones olím- picos son sus valores o principios fundamentales: honradez, justicia, compasión, heroicidad, cortesía, sinceridad, honor, deber y lealtad. Pero más retador aún es poder afirmar que a los japoneses no les gusta lo imprevisible, se sienten más cómodos con la coherencia y la previsibilidad.
La empresa de consultoría organizacional Hofs- tede Insights valida cómo Japón invierte miles de recursos para precisamente evitar la incertidumbre, los ha llevado a crear reglas y priorizar comporta- mientos sociales que disminuyan la ambigüedad en posibles situaciones. Esto da sentido a por qué los japoneses presumen una educación sobre el comportamiento ante desastres naturales como terremotos, tsunamis y tifones. Y tratan de aplicarlo en todos los dominios.
Es así, como si fuera una gran ironía, que les toca organizar sus esperados Juegos Olímpicos en el momento más incierto y complejo que la humanidad
afronta en los últimos años. En medio del miedo a un
virus que no parece detener su avance de contagio, que genera altos niveles de enfado por la modifica- ción de hábitos de sociabilización y la casi obligación del “sigue quedándote en casa”; sumado la tristeza profunda de experimentar duelos y pérdidas de una forma no muy conocida ni cálida.
Muchos ligeros de consciencia salpicaron las redes mostrando su desilusión al no ver cumplidas sus expectativas de la fiesta olímpica. Para mí, estos juegos solo los podía organizar un país como Japón, para desafiar su negación a lo impredecible y dar certeza a todo el mundo; hacer tangible que, a pesar de COVID 19, sus valores e idiosincrasia son más fuertes que la duda, perplejidad y vacilación que amenazan con invadirnos.
Presenciamos dos ceremonias llenas de valores y retos que nos permiten soñar en un mejor mañana, eventos llenos de esencia, para superar lo superfluo; con alto diseño, perfección de trazos y mensajes po-
derosos para crear consciencia. Sí, mucha conscien-
cia de la igualdad de género, del respeto al medio ambiente, del poder de la unión.
Para mí, en medio de tanta locura, fue un remanso de esperanza, con la fe de que es- tos mensajes nos contagien positivamente, sin importar razas, creencias, color de piel, partido político, nivel socio económico. Pero el guion
estaba incompleto, las estrellas fueron los atletas, quienes nos regalaron profundas lecciones, tan fuertes que hubieran hinchado de orgullo al mismo Barón de Coubertin, ese pedagogo e historiador francés que fundó los Juegos Olímpicos de la época moderna.
Mi cofre emocional está saturado de imágenes y aprendizajes porque “los super héroes se otorgaron el permiso de ser humanos” para hablar del cómo se sienten mental y emocionalmente.
En mi memoria, Naomi Osaka y Simone Biles. Brillan en el firmamento del olimpismo porque rom-
pieron el silencio para con ellas mismas, rega-
lándole al mundo (principalmente a los jóvenes) que, para ser un campeón de la vida, además del férreo trabajo físico, también debemos entrenar las emociones; que es muy válido un día no sentirnos de 100, tenemos ese derecho, y reconocerlo da la oportunidad de entrenarnos para volver a sentirnos más plenos.
Cierro esta columna, repleto de esperanza. La mejor lección es la modificación del lema olímpico creado en 1894 por Henri Didon: “Citius, Altius, Fortius” (“Más rápido, más alto, más fuerte”), para buscar la excelencia personal. En Japón se agrega “más unidos”, un llamado a los más de 7 mil 800 millones de habitantes de este mundo a resolver “unidos” los grandes retos que la evolución nos demanda.
No hay superhéroes, solo existimos seres humanos que, unidos en las diferencias, podemos generar un mejor mañana.