Los retos de la autoconsciencia

Óscar García

– ¿Te has brindado permiso para reflexionar?
– ¿Sabes qué emociones te dominan en este momento?
– ¿Te gustaría aprender a gestionarlas correctamente?

Actualmente afrontamos momentos muy retadores. La búsqueda de culpables ante la situación mundial, nacional, pero más importante, en nuestro estado y en nuestra ciudad, reta cualquier nivel de inteligencia racional o emocional.

Para acrecentar los sentimientos y estados de ánimo, los contagios se disparan al máximo histórico en el tan esperado periodo vacacional. “Qué mala suerte”, porque es cuando nos concedemos ese permiso para reflexionar de forma consciente en nuestras propias necesidades; es ese tiempo para navegar en las conversaciones privadas y hacer una evaluación de los avances positivos que hemos logrado con respecto a nuestras expectativas. Es decir, tiempo para sentir y muchas veces asentir, salir del piloto automático que impone la rutina y la velocidad del cambio en la casa, trabajo, en la vida.  

Sin embargo, pareciera que el reto de una nueva realidad, una Tercera Ola del tan mencionado COVID en la variante Delta (más las que se acumulen) hace que abandonemos a su suerte las buenas intenciones en cuestión de décimas de segundo. Terminando más agobiados, frustrados, ensimismados, hartos y en la mayoría de los casos excesivamente enfadados.

Por otro lado, los expertos del bienestar presentan hallazgos del gran reto que es, aunque tengamos muy “buenas intenciones”, desconectar para dedicarnos tiempo a nosotros mismos, y más retador aún, hacerlo de forma productiva en la búsqueda de nuestro crecimiento personal y emocional; así lo concluye un alto porcentaje de la literatura del bienestar, es imprescindible que nos brindemos ese espacio de conversación interna, de reflexión.

¿Y si a la crisis de salud le agregamos la variable de que la sociedad actual está más orientada a la competitividad intelectual y laboral?, buscando los mejores resultados posibles, muchas veces sin importar las maneras e incluso dejando en el olvido el crecimiento personal desde el punto de vista emocional. Nos da como resultado un momento donde la salud emocional enfrenta la mayor lucha entre lo que quiero y lo que siento, entre mis deseos, expectativas y mis miedos, entre crecer profesionalmente, aún a costa de mi propia salud física y emocional.

¿Cómo salir del mundo de los super héroes para aterrizar en el mundo de los seres humanos, con vulnerabilidad incluida e imperfección aceptada?

Afortunadamente, diría mi mentora, cada vez más personas y organizaciones desarrollan una mayor conciencia social. Algunas escuelas y universidades empiezan a introducir la gestión y desarrollo de valores, habilidades y fortalezas, relacionados con la búsqueda de la “mejor versión del ser humano”, constructos que serán los que verdaderamente influyan en la felicidad del individuo.

Es clave tener presente: “Una infancia feliz pronostica una sociedad futura sana”. Surgen preguntas poderosas: ¿Por qué no se nos enseña a responsabilizarnos amorosamente de nosotros mismos desde el entrenamiento de la inteligencia emocional? ¿Cómo definimos el rol de responsabilidad amorosa en casa, en la escuela, en el trabajo? ¿Reconocemos el nivel de dificultad para que nuestros padres, profesores, líderes empresariales y sociales, nos trasmitan lo que a ellos mismos no se les enseño?

Hay que asumir que la transformación inicia con una profunda toma de consciencia individual, donde cada uno debemos entender y aceptar cuáles son los recursos (valores, fortalezas, competencias y habilidades) que necesitamos desarrollar a través de un entrenamiento voluntario y perseverante, para así, después de ese proceso de aprendizaje, buscar con mayor éxito influir en el cambio de la vida de otros. Escuchan mucho de mí: “Nadie da lo que no tiene”.

Pero ¿cuáles son las principales barreras en el camino al bienestar subjetivo? Con mayores menciones aparece en la literatura el “Control Emocional”. Siempre lo ha sido, pero hoy más que nunca se convierte en un “básico” la manera correcta como gestionamos las emociones. El cómo hacemos consciencia de que las personas somos mucho más que las diferentes emociones que experimentamos en determinados momentos y de esta forma, conseguir que las emociones no nos encadenen o anclen, como si fueran una estaca de indefensión aprendida.

Por ejemplo, ante la situación que estamos experimentando, es común que nos sintamos enfadados y con altos niveles de ira, y empecemos a tomar decisiones en nuestros comportamientos. El reto es que estas emociones, de acuerdo con los estudiosos de la inteligencia emocional, nos producen un alto nivel de energía y un bajo nivel de agradabilidad. Posiblemente, las decisiones de ese momento serán diferentes a las elegidas en un estado de relajación; incluso, analizado a posteriori, nos preguntamos ¿por qué hice eso? Y llegamos a conclusiones de que jamás lo hubiéramos hecho si nos hubiéramos regalado una pausa para permitir que el nivel de energía bajara, sufriendo hasta una cruda moral por nuestros actos.

Es un hecho que una emoción que nos puede visitar con frecuencia en este momento de “periodo vacacional” es el miedo, uno de los principales enemigos del bienestar cuando no sabemos gestionarlo correctamente, ya que nos paraliza.  Una técnica para iniciar el afrontamiento de este es preguntarnos ¿qué es lo peor que me puede pasar si me atrevo a hacer aquello que deseo? Con mucha frecuencia nos daremos cuenta de que las consecuencias no son tan catastróficas como nuestra mente nos hace creer.

Cuando afrontamos (no enfrentamos) el miedo y decidimos pasar a la acción, nos daremos permiso para comprobar que rara vez se confirman nuestros máximos temores y, además, pronto descubriremos que somos más capaces de lo que nosotros mismos imaginamos. Esto nos va a brindar la oportunidad de un crecimiento de la tan deseada autoestima.

¿Y qué pasa si me equivoco? Es la maravillosa oportunidad de aprender al reconocer que todos, como seres humanos, podemos equivocarnos, pero no nos quedamos paralizados. Al entrar en acción lo hemos intentado y aprendemos hasta del peor error. Un gran paso para el bienestar es reconocernos y darnos permiso de ser humanos.

Si dejo de juzgarme y me perdono por aquellos “errores”, me resultará más fácil aceptar como seres humanos a los que me rodean. Sin darte cuenta, criticarás menos y tu banco emocional positivo ahorrará mucha energía, la que perdemos cuando nos convertimos en jueces implacables de los que nos rodean.

A muchos de nosotros nos ha desgastado esta pandemia cuando queremos el control como una prioridad, sin duda nos está restando espacio en nuestro banco emocional. Recordemos que el control nos engaña, nos hace creer que “cuando todo esté bajo control, seremos más felices”. Sin embargo, en un mundo en constante cambio, el control se convierte en un enemigo del bienestar.

He tenido la oportunidad de conversar, claro, de forma virtual, con más de 200 personas que declaran que lo que más les molesta es la inconsciencia de las personas en plena pandemia, pero al revisar las redes sociales de esas mismas personas, podemos ver que se comportan igual, salen (o salimos) a la calle para realizar actividades que no son esenciales ni por motivo laboral. No pueden esperar los festejos de bautizos, bodas, primeras comuniones, graduaciones de kínder, primaria, celebración de sexo del bebé, rutas ciclistas, desfiles de lo que quieran, festivales de academias y graduaciones en lugares cerrados, sin cumplir los mínimos protocolos de biosalud, desafiando nuestra congruencia.

Escribo este artículo desde un profundo respeto a las diferencias del observador que cada uno somos, pero con un esperanzador llamado a la autoconsciencia como el principio de mejores relaciones entre los seres humanos. ¿Te hace sentido?

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