Óscar García CoachMe
Estoy escribiendo esta columna otorgándome un extraordinario permiso para sentir. En la comodidad de mi estudio, acompañado de mi fiel ordenador cargado de historias y recuerdos de un año 2021 retador y alentador, aparecen como siempre esos que cimbraron hasta el tuétano y desafiaron mi inteligencia racional y emocional. De forma natural, desplacé mi enfoque a aquellos que intento ensanchar para seguir disfrutando las emociones positivas que construyeron, así como asegurar que los estados de ánimo satisfactorios y poderosos siguen ahí, como un recurso en mi banco emocional.
En la cotidianidad, diciembre es el mes del año con mayor carga emocional. Nuestra sensibilidad se coloca en modo “flor de piel” y percibimos en una gama de alternativas, muchas veces, muy contradictorias. Podemos pasar de instantes de esperanza, ilusión y alegría, a tristeza y nostalgia o hasta al nivel de enfado. Asumimos que los más de 20 meses conviviendo con una de las pandemias más invasivas y mortíferas en la historia de la humanidad, no sólo han dejado secuelas en la salud física de los que padecieron el virus, sino también en la salud emocional de las personas en general, impactadas poderosamente por estos periodos de duelo, confinamiento, un nuevo estilo de aprender y relacionarnos en la escuela, en el trabajo y en la vida social.
En un mundo lleno de excesos, con un alto enfoque en placeres “casi instantáneos”, no todos hemos acertado en la manera correcta de afrontar la pausa que se nos impuso (o nos autoimpusimos), para cuidarnos y cuidar a los que queremos. Y hoy, ante el fin de año, estamos retados a regresar a una nueva realidad.
En nuestro país, la caída de los contagios “obliga” a la planeación de muchas reuniones sociales y familiares que nos permitan disfrutar reencontrarnos con nuestros seres queridos. De forma inconsciente o consciente, no sé, estas reuniones nos invitan a cometer excesos interpretados como “momentos muy felices”, degustando y atragantándonos de todos los antojos y platos típicos de la época, sumando brindis y brindis más de la cuenta, pasando factura las trasnochadas y respectivas resacas o “méndigas crudas físicas o morales”. La fiesta de la Navidad y celebración de un año más, desde su mejor expresión.
Pero esas mismas reuniones nos enfrentarán a los recuerdos, a la nostalgia, a la tristeza y de manera especial estarán en la memoria esas personas que ya no están físicamente, a las que tanto hemos echado de menos el resto del año, pero cuya ausencia se acentúa en estos días.
Estamos conscientes que estas intensas emociones tienen lugar en un periodo de tiempo de tan solo dos semanas; en conversaciones previas con algunos de mis coachees, unos declaran que se les hacen muy largas, aunque la mayoría percibe que pasan muy deprisa. Es decir, para los primeros resulta un alivio el término de esta etapa festiva, mientras los otros desean que se prolonguen mucho tiempo más los momentos festivos.
Buscando hacer un resumen de emociones dominantes, compilo los comentarios más frecuentes:
Ilusión. Para un servidor es la emoción que mejor define la cara de un niño ante la posibilidad de un gran regalo, esperado o inesperado. Es la misma expresión en la cara de los padres primerizos, de los abuelos, al contemplar a sus hijos o nietos explorar el árbol de Navidad y descubrir la respuesta a “¿Qué te trajo Santa?”. Es innegable que los niños son capaces de contagiar esa ilusión a todos los adultos.
Añoranza. La misma ilusión contagiosa experimentada, a muchos nos trae a la memoria “aquellos años en los que disfrutábamos nuestras navidades de la infancia”. Es muy posible que algunas de esas ilusionantes escenas nos acerquen al recuerdo de personas que ya no están con nosotros. Y, sin querer queriendo, nos llega la nostalgia por esos seres que siempre tenemos presentes, pero es en Navidad y Año Nuevo cuando su ausencia se nota aún más.
Continuando nuestro viaje emocional de contradicciones, esa misma nostalgia y/o añoranza nos mueve las fibras de poderosa emoción, el amor, cuando va más allá de este espacio y nos empodera de significado y propósito, dando mayor certeza al para qué de nuestro encuentro en este mundo terrenal, efímero e incierto. A muchos nos puede tocar experimentar la emoción de la tristeza ante el simple hecho de sentir y ver el pasar del tiempo, al asumir que la vida es limitada, que ha pasado otro año más o que no volveremos a ver a tal persona. Nos reta a prepararnos emocionalmente para salir bien librados.
Sin duda, una de las emociones que más nos ayudan a salir de sentimiento de tristeza es la Esperanza. Nos energiza el simple hecho de pensar en nuevos proyectos, en nuevas metas en el plano personal o profesional. Para algunos, el simple hecho de acercarnos a mejorar hábitos que nos regalen una mejor salud física y mental hace que la vida tome un nuevo sentido y sea el mejor pretexto para levantarnos todos los días para conseguirlos.
Escribo esta columna de manera consciente, buscando trabajar en un plan de acción previo a la llegada de estas fiestas para disfrutarlas al máximo y blindarme de la terrible emoción que es la Culpa, implícita en todos los excesos de la “celebración”, así como en el no haber logrado las metas del 2021. Una reflexión genuina y oportuna nos permitirá convertir esos incumplimientos en aprendizajes y dejarlos como un reto para el año venidero.
Siento en mi cara el placer de una sonrisa provocada por la gratitud de los recuerdos. Agradecido con ustedes, fieles seguidores de Óscar García CoachMe, extensivo para Actitud News como la mejor alianza para lograr que Time To Feel sea un espacio reconocido a nivel nacional e internacional para el apoyo emocional; a ASNIE y PREXIE por todas las enseñanzas para hacer de mí una mejor persona. Desde luego presentes siempre mis compañeros de aventura en el plano laboral, Coachme Team, por creer en mis locuras y agrandarlas. Cierro con la poderosa inspiración que me provoca el sentir y compartir la fuerza positiva de mi familia y amigos en cada momento, en cada instante, en cada brindis por un futuro mejor.
Creo que el primer paso para ser inteligentes es aprender a reconocer lo que sentimos, ensanchar nuestro vocabulario emocional, saber etiquetarlo correctamente para ser capaces de reconocer las emociones de los otros, aspirando a relaciones más sanas y productivas.