Existe un escrito de Fabricio Carpinejar, poeta, cronista y periodista brasileño, que se titula “Todo hijo es padre de la muerte de su padre”, del que me permito ponerle ese título a esta reflexión.
Recuerdo que cuando lo leí, me estremeció su contenido y nunca pensé que al poco tiempo iba a recordar las palabras de Carpinejar. Esto es parte del escrito: “Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso. Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño, ya no quiere estar solo. Es cuando, una vez, firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar. Es cuando la madre/padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime y busca dónde está la puerta y la ventana; todo corredor ahora está lejos. Es cuando el padre, antes dispuesto y trabajador, fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos. Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida, aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz. Todo hijo es el padre de la muerte de su padre. Tal vez la vejez del padre y de la madre es, curiosamente, el último embarazo, nuestra última enseñanza, una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas.”
El escrito es fuerte, crudo, estremecedor pero realista, porque es nuestra oportunidad de devolver un poco, tan solo un poco de todo lo que ellos nos dieron desinteresadamente, sin horarios, sin condiciones. Esta es nuestra oportunidad de ser humildes ante la persona más importante de tu vida, la que te dio la oportunidad a ti de vivir, de experimentar esta vida y que te rodeó de amor y cuidados.
Afortunados los que pueden vivir este proceso de ser el padre de tu madre o de tu padre en los últimos días de su existencia porque no todos tenemos esta oportunidad. Existimos hijos que trabajamos fuera de la ciudad en donde ellos viven o simplemente hay muertes repentinas, como un paro cardiaco fulminante, que no te permiten vivir esta experiencia dolorosa, pero enriquecedora.
El cuidado de un ser querido en una larga enfermedad, es un trabajo estresante y doloroso que, día a día, vas viendo el deterioro tanto físico como mental del familiar y sentir la impotencia de no poder hacer nada, y tu tarea será proporcionar paz, amor y tranquilidad para que esté sereno y tenga una buena calidad de vida.
Hace unos años me permití ser el padre de mi madre, cuando iba a Torreón y que mis hermanas descansaran un poco de esa tarea. Fue duro, muchas veces queriendo claudicar y que las enfermeras hicieran sus tareas, pero insistí en ser el padre amoroso como ella lo fue conmigo y con toda su familia. Créanme que la paz, que no encontraba por la lejanía, la encontré porque me permití cuidarla, alimentarla, bañarla, tranquilizarla; me permití ser su cuidador esos días.
Quisiera expresar a las personas que la vida les está brindando la oportunidad de ser el padre de su madre o su padre, no la desperdicien, no se anclen en el dolor de la enfermedad; permítanse ser el que brinde todos los cuidados a ese maravilloso ser que es el que les dio la vida, el que les brindó amor, del que aprendieron las mejores lecciones de vida. Es un trabajo muy complejo y desgastante, en el que se presentan muchos contratiempos, además lo costoso de los medicamentos, pañales, enfermeros alimentos especiales, entre otros gastos, pero al final de la jornada, cuando todo termine, tú estarás en paz contigo mismo, con tu madre o padre y con la vida; eso, ahora sí que no tiene precio.
Mi agradecimiento y admiración a todas esas personas que se convierten en los cuidadores de sus padres, que están al pendiente de su ser querido en esta difícil experiencia, que ellos no tienen horario. Lo principal es que su padre o madre estén cuidados, tranquilos y llenos de amor.
Sé que en muchas casas hay unos hijos dedicados a un padre o madre enfermos, solo les quiero decir que la vida les está dando una gran oportunidad, que en medio del dolor y lo desesperante que esta situación puede llegar a ser, tienen la oportunidad de ser el padre de tu padre en la enfermedad y también te da la oportunidad de trabajar con tus aspectos personales: perdón, humildad, aceptación, aclarar temas pendientes, aflorar tu capacidad de amar. Puedes hacer de esta vivencia una gran lección de vida.
Octavio Robledo León
Psicólogo clínico-tanatólogo
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